“En suelos difíciles también se puede producir, si se trabaja con manejo y sostenibilidad” afirmó un productor hortícola

El productor hortícola e ingeniero agrónomo Braian Pauluzek desarrolla su actividad en Cerro Azul, donde los suelos pedregosos no impiden una producción sustentable. Con estrategias de manejo orgánico y aprovechamiento de subproductos locales, logró mantener la fertilidad y evitar la erosión, demostrando que la constancia y el conocimiento técnico son claves para sostener la chacra misionera.

En las chacras de Cerro Azul, la producción hortícola florece aun en terrenos poco favorables. Braian Pauluzek, ingeniero agrónomo y productor, trabaja con cultivos de repollo y zapallo en suelos pedregosos y con pendiente, donde el desafío es constante.

Comparado con los suelos rojos típicos de Misiones, el terreno de su chacra demanda un manejo más cuidadoso. Pauluzek explica que “cuesta un poco, pero con un buen manejo se pueden lograr buenas producciones”. El secreto, dice, está en mantener la cobertura vegetal y trabajar en curvas de nivel para controlar la pendiente. “Así evitamos la erosión y garantizamos la sostenibilidad del suelo en el tiempo.”

Una de las prácticas más importantes en su esquema productivo es la incorporación de materia orgánica. “Usamos estiércol porcino que se dispersa con un tanque atmosférico y, este año, sumamos la ceniza que proviene de la biomasa de Cerro Azul”, comenta. Este subproducto, que resulta de la generación de energía, aporta fósforo, calcio y ayuda a regular el pH del suelo.

Además, el productor experimenta con otros materiales orgánicos disponibles en la zona. “Estamos viendo la posibilidad de incorporar cáscara de pino y aserrín de los aserraderos cercanos. Son productos que, con una buena descomposición, enriquecen el suelo”, señala. Su objetivo principal es aumentar el porcentaje de materia orgánica, una reserva vital de nutrientes.

“Queremos mantener e incluso subir ese nivel, porque un suelo con más materia orgánica retiene mejor los nutrientes y el agua”, explica Pauluzek. El resultado es un suelo más aireado, con mayor infiltración y estructura estable. “No es algo inmediato, pero a mediano y largo plazo tendremos un suelo firme, sostenible y con buena capacidad productiva.”

Los resultados ya se notan en la chacra. A pesar de las intensas lluvias de la semana anterior, el terreno no presentó surcos de erosión. “Mantener la cobertura y las curvas de nivel funciona, evita que el suelo se lave y que los nutrientes terminen en los arroyos”, asegura el ingeniero.

El cultivo de repollo, explica, es típico de invierno y su ciclo comienza entre febrero y marzo. “Sembramos escalonadamente hasta noviembre, cuando las altas temperaturas impiden hacerlo a campo abierto. Ahí pasamos a cultivar bajo media sombra”, detalla. Ese manejo escalonado permite una producción continua y adaptada al clima misionero.

La siembra se realiza tanto en almácigos como en bandejas. “En los almácigos se trasplanta a raíz libre después de una lluvia, cuando el plantín tiene una buena relación hoja-tallo”, describe Pauluzek. Antes, se prepara el terreno con la mezcla de estiércol y ceniza, seguida por el marcado de surcos con reja.

El manejo nutricional también tiene su estrategia. “Aplicamos un fertilizante de base y, cuando la planta empieza a formar la cabeza, hacemos una mezcla para fortalecerla. Así obtenemos repollos más compactos, pesados y de mejor calidad”, precisa. Los trabajos culturales se realizan con métodos tradicionales: “Usamos una yunta de buey para limpiar entre hileras, y la limpieza entre plantas se hace con asada”, agrega.

Los destinos de su producción abarcan varios puntos de la provincia. “Abastecemos el Mercado Central, Oberá y San Vicente. Tenemos una red de intermediarios que distribuye el repollo en diferentes localidades”, cuenta el productor. De esta manera, su chacra se inserta en el circuito hortícola regional que alimenta a miles de familias.

Sobre las variedades, Pauluzek explica que cultiva tres tipos principales: redondo, corazón de buey y colorado. “El repollo redondo se usa más para ensaladas o chucrut, por su textura fibrosa. El corazón de buey es más dulce y tierno, ideal para consumo fresco. Y el morado lo hacemos en menor escala, más que nada para el segmento gourmet y restaurantes”, detalla.

Con una mirada integral del trabajo agronómico, Braian Pauluzek resume su filosofía de producción: “Todo lo que hacemos busca cuidar el suelo. Si el suelo está vivo, todo lo demás se sostiene”. En esa convicción se apoya el modelo de una horticultura misionera que apuesta por la innovación sin perder sus raíces.

Variedades, control y nuevas rotaciones

En la chacra de Cerro Azul, Braian Pauluzek trabaja con tres variedades principales de repollo: Glover Master, de la marca Taki, para el redondo; Toquita, también Taki, para el corazón de buey; y Taki Set Super Quinta, para el colorado. “Son las que mejor se adaptan al clima de la zona y mantienen un buen rendimiento, incluso en condiciones adversas”, explicó el ingeniero agrónomo.

Las lluvias intensas no afectaron el desarrollo de sus cultivos, que se mantienen sanos y sin ataques significativos. “El repollo sufre más por alternaria y xanthomonas, pero con un manejo cuidadoso se puede mantener el control. Las plagas más complicadas aparecen entre agosto y octubre, sobre todo la Plutella xylostella, una oruga que devora la hoja si no se la controla a tiempo”, detalló. Para eso, el productor aplica tratamientos medidos y respeta los períodos de carencia “a rajatabla”, recordando que el repollo va directo al consumo familiar.

La cosecha se realiza de forma manual, con un equipo reducido pero eficiente. “Trabajamos tres personas, cosechando unas 120 docenas por día. Una corta con machete, otra embolsa, y cada bolsa lleva seis cabezas. La presentación es importante: la venta entra por los ojos”, contó Pauluzek. Los envíos al mercado se organizan con anticipación: se prepara todo un día antes según los pedidos y al día siguiente se despacha la carga.

El productor señaló que las siembras escalonadas permiten mantener la oferta de repollo hasta noviembre. “El corazón de buey se cosecha primero, a fines de mayo o comienzos de junio, y el redondo un poco después, porque tarda más en formar cabeza”, explicó. Aclaró además que los casos en que la planta no forma cabeza suelen deberse a “una malformación genética puntual”, algo común en el cultivo.

Tras levantar el repollo, la rotación de cultivos es clave para sostener la fertilidad del suelo. “Sembramos zapallo cáscara de hierro, zapallito de tronco, maíz tardío o avena para barbecho. Eso mantiene el suelo activo y evita su degradación”, indicó. El zapallo se inicia en bandejas a fines de julio y se protege con tela antieládica hasta que pasa el riesgo de heladas.

“Trabajamos con un marco de tres metros entre plantas y seis entre líneas. Antes lo hacíamos más denso, pero vimos que había mucho aborto de frutos, así que ajustamos la distancia”, explicó. Luego se aplica una fertilización de base, limpiezas culturales y una segunda fertilización para estimular la formación de frutos. “Es un trabajo continuo, pero necesario para mantener la salud del suelo y la calidad del producto”, cerró Pauluzek.

Entrevista transmitida por Streaming Misiones Online, realizada en el ciclo Tecnificando el Agro, conducido por Fernando Tejedor.

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