La historia de la cuenca sandiera del Valle del Cuña Pirú, contada por quien la empezó a vivir antes de que tuviera nombre

En el marco de la 15ª Fiesta Provincial de la Sandía, el productor Ireneo Schulz volvió a subirse al escenario para recibir premios, pero también para contar cómo nació la cuenca sandiera del Valle del Cuña Pirú, una historia hecha de trabajo, intuición, comunidad y territorio.

La noche de premiación en la 15ª Fiesta Provincial de la Sandía encontró a Ireneo Schulz con la misma mezcla de alegría y expectativa que lo acompaña desde siempre. “Siempre se trabaja y se piensa en triunfar”, dice, todavía con la emoción a flor de piel. El objetivo, explica, es compartido por todos los vecinos: sacar la mejor fruta, la más grande, la campeona. Este año, esa ilusión volvió a concretarse con premios que reconocieron no solo el tamaño, sino también la calidad de su producción.

Entre las sandías galardonadas estuvo una variedad Lara, premiada en la categoría ovalada, que alcanzó los 22,700 kgr y se llevó uno de los máximos reconocimientos. También obtuvo el primer premio con la variedad Olimpia, una sandía redonda que llegó casi por casualidad, tras una charla entre productores y la compra de un pequeño lote de semillas. “Ahí está la ganadora”, resume Schulz, con la sencillez de quien sabe que detrás del premio hay mucho más que suerte.

La temporada acompañó. El clima fue clave para lograr una producción que el propio productor define como excepcional, algo que no vivía desde hacía años. Las lluvias y el calor llegaron en el momento justo y permitieron que la segunda tanda se desarrollara con una calidad sobresaliente. El frío, eso sí, retrasó la primicia y afectó a quienes apostaron a las variedades tempranas, pero el balance general fue positivo para toda la cuenca.

Schulz trabaja con distintas variedades, cada una con su carácter y su función. Además de la Lara y la Olimpia, cultiva Vieleta, una sandía de menor cantidad pero gran porte, y la tradicional Bárbara, muy valorada por su sabor y su resistencia climática. “Tengo un hermano que si no planta Bárbara, no planta sandía”, dice entre risas, reflejando el vínculo afectivo que muchos productores mantienen con las variedades históricas.

Pero la historia de Ireneo Schulz no empieza con los premios ni con la fiesta. Empieza mucho antes, casi en la infancia. “Desde la cuna prácticamente”, recuerda. Cuando empezó a caminar, su padre ya lo llevaba a la chacra. En aquel entonces, la sandía era solo para el consumo familiar, una más entre tantas producciones de la colonia.

El punto de quiebre llegó a comienzos de la década del 90, cuando la familia decidió volver a la zona del Cuña Pirú tras años de trabajo en Andresito. Fue allí donde, casi sin saberlo, Schulz plantó las primeras semillas que darían origen a la cuenca sandiera. Un productor de Puerto Rico, al verlo trabajar, le regaló una bolsita de semillas, y su hermano fue quien le indicó plantar tres semillas por cueva. “Hasta el día de hoy recuerdo que fue un 22 de agosto”, recordó Schulz.

Las plantas crecieron lento, sufrieron la falta de lluvias y las plagas, pero resistieron. Con poca experiencia y mucha observación, la familia aprendió sobre la marcha. Cuando las primeras sandías maduraron, apareció una nueva pregunta: qué hacer con esa fruta. La respuesta fue tan simple como audaz: venderla al costado de la Ruta Provincial 7.

Con una yunta de bueyes y una carreta cargaron 23 sandías, cruzaron el arroyo Cuña Pirú y llegaron al asfalto. El tránsito era escaso, pero suficiente. El primer auto paró. “Ahí empezó todo”, dice Schulz, recordando el momento en que entendió que la sandía podía ser mucho más que un cultivo doméstico.

Esa primera venta cambió la historia. Al año siguiente, con una superficie mínima, lograron una cosecha que les permitió comprar una camioneta. El comentario corrió rápido entre los vecinos y, casi sin planificarlo, la producción se multiplicó. Uno acá, otro allá, y el Valle del Cuña Pirú empezó a consolidarse como cuenca sandiera.

El regreso definitivo a la zona también estuvo marcado por decisiones difíciles. Schulz dejó su trabajo en Andresito para independizarse, apostando a la chacra y al territorio donde había nacido. “El que toma agua del Cuña Pirú, nunca más se va”, dice, citando una frase que se repite como un mantra entre los productores de la zona.

Con el crecimiento de la producción llegó también la organización comunitaria. Los productores se reunían, intercambiaban consejos, observaban las chacras de los vecinos y ayudaban a los más jóvenes. Ese espíritu colectivo fue el germen de algo más grande: la Fiesta de la Sandía.

La idea surgió de una charla informal, al costado de la ruta. Fue su suegra, Elba Reis, quien lanzó la propuesta con entusiasmo. Al principio parecía una locura, pero el proyecto avanzó. Hablaron con el intendente, consiguieron un predio y organizaron la primera edición, que en aquel entonces era solo municipal. El entonces gobernador Maurice Closs estuvo presente y acompañó el crecimiento de una celebración que luego se volvió provincial y hoy tiene alcance nacional.

Quince ediciones después, la fiesta se trasladó a un nuevo predio, más amplio y pensado para recibir al público, el Camping Municipal Salto del Cuña Pirú. Con sombra, camping y espacios de recreación, el evento convoca cada año a miles de personas. “Nos interesa atender bien a la gente”, explica Schulz, consciente de que la fiesta es también una vidriera para el trabajo de los productores.

La Fiesta Provincial de la Sandía es, para él y para sus colegas, mucho más que un evento comercial. Es un punto de encuentro, de reconocimiento y de celebración del esfuerzo compartido. Un lugar donde los premios se festejan en conjunto y donde, después de la competencia, siempre hay tiempo para reunirse, brindar y seguir hablando de sandías.

Así, entre premios, anécdotas y memoria, la historia del Valle del Cuña Pirú se sigue escribiendo. Una historia donde la tierra, el agua y la comunidad se combinan para dar una fruta que ya es símbolo de identidad para Ruiz de Montoya y para toda Misiones.

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