En Visión Misionera 2025, el ingeniero agrónomo Luis Acuña, investigador del INTA Montecarlo, analiza el presente y futuro de la producción frutícola en la provincia, con especial énfasis en la palta, un cultivo que crece en superficie, interés y proyección, y que exige planificación, conocimiento técnico y trabajo colectivo.
La fruticultura en Misiones atraviesa un momento de recuperación y redefinición. Así lo describe Luis Acuña, ingeniero agrónomo especialista en frutales e investigador del INTA en la Estación Experimental Agropecuaria de Montecarlo, quien observa un cambio claro en el ánimo y las decisiones productivas de los últimos años. “Al sector frutícola lo veo muy positivo, recuperándose de años en los que estuvo bastante relegado. En los últimos tres años hubo una recuperación importante y muchos productores comenzaron a apostar por nuevas especies y nuevos cultivos”, señala.
Entre esas nuevas apuestas, la palta aparece como el cultivo que concentra mayor interés. Acuña lo define sin rodeos: “Hoy la palta es la moda. Es el cultivo por el que más consultas recibimos, incluso por encima de banana, ananá o maracuyá”. Esa avidez por información, lejos de ser un problema, es para el técnico una fortaleza. “El productor está muy ávido de aprender, y eso es muy bueno porque nos permite anticiparnos, explicar qué puede pasar y cómo prepararse”, explica.

Uno de los aspectos que distingue a la palta de otros frutales es el tiempo. No es un cultivo inmediato y eso, paradójicamente, juega a favor. “Desde que empezás con el plantín hasta que tenés la primera producción pueden pasar cinco años. Eso te da tiempo para capacitarte, preparar el suelo y también la cabeza para lo que viene”, remarca Acuña, contrastándolo con cultivos como la banana, donde en un año o año y medio ya se obtiene el primer racimo.
Ese proceso lento exige planificación desde el inicio. Misiones, aclara el investigador, tiene condiciones favorables, pero también desafíos. “No hay chacra que no tenga un árbol de palta, eso habla de la adaptación genética que existe. Pero es un cultivo tropical y el primer enemigo son las heladas. También los extremos de calor, porque con más de 35 grados la palta puede sufrir golpes de calor e insolación”, advierte. Por eso, el manejo del invierno y del verano resulta clave, especialmente en los primeros años.
A esto se suma una particularidad central: la raíz de la palta. “No es una raíz luchadora, necesita que le brindemos el mejor suelo posible”, explica. En ese sentido, Acuña detalla prácticas indispensables como la labranza vertical profunda, el manejo de la pendiente, la cobertura permanente del suelo con cultivos de invierno y verano y la prevención de la erosión. “Un suelo cubierto no solo protege, también reduce la temperatura. El suelo rojo descubierto levanta mucha temperatura”, grafica.
Las experiencias productivas ya existentes permiten trazar un mapa del cultivo en la provincia. Campo Grande aparece como una de las zonas pioneras, con una familia productora que hace más de diez años confió en la palta y la integró a sistemas con yerba mate y té. “Ellos hoy ya están produciendo y vendiendo”, destaca Acuña. A esa experiencia se suman plantaciones en San Vicente y Jardín América, mientras que en Andresito se registran unas 50 hectáreas nuevas, en manos de una docena de productores, todavía en etapa de preparación.


También hay casos en San Javier, donde un productor abastece tanto al mercado fresco —con envíos a Buenos Aires— como a una industria local que procesa la fruta para guacamole. “Ahí no se pierde ni una palta. Eso es clave, porque muchas veces el productor es muy bueno produciendo, pero la venta es el gran problema”, reflexiona el técnico. En Eldorado, agrega, existe una empresa que absorbe fruta para pulpa, como mango y mamón, lo que muestra la importancia de contar con eslabones industriales que acompañen.

El crecimiento no se limita a las chacras. Los viveros también marcan tendencia. “Solo en la zona norte hay al menos tres viveros que el año próximo van a producir alrededor de 10.000 plantines, lo que equivale a unas 80 hectáreas. La plantación va a explotar”, anticipa Acuña, con la cautela de quien sabe que ese crecimiento debe ir acompañado de asesoramiento técnico.
En cuanto a escala, la palta permite múltiples modelos. Hay productores con más de diez hectáreas, lo que implica una logística compleja, y otros que avanzan hacia esquemas más industriales, con proyecciones de hasta 100 hectáreas. “Son decisiones grandes, y por eso es fundamental no improvisar”, insiste.
Los desafíos productivos se resumen, según el investigador, en una estructura clara. “Siempre hablamos de tres o cuatro patas: la genética, el manejo del suelo, el manejo de plagas y enfermedades, y el manejo que hace el productor”, enumera. En genética, el foco está puesto en el portainjerto. “La copa la tenemos resuelta: la variedad Hass representa el 90% del mercado mundial. El desafío es encontrar el portainjerto ideal para nuestros suelos y nuestro clima”, explica, destacando el trabajo conjunto del INTA con universidades como la UNAU, la UNAM y la UNNE.
Las plagas y enfermedades, aunque aún limitadas por la juventud de las plantaciones, ya están identificadas. Hormigas, insectos defoliadores, taladros y trips aparecen como las principales plagas, mientras que enfermedades fúngicas como la sarna, problemas radiculares y la denominada “rama negra” requieren atención. “La clave es la prevención, el monitoreo y la poda. La poda es fundamental en todos los frutales, incluso en banana y mamón, aunque no sean leñosos”, subraya Acuña.



Desde el punto de vista del mercado, el potencial es alto. “Es un árbol que, una vez establecido, produce todos los años y te permite planificar ventas”, señala. Sin embargo, advierte que la clave estará en la organización colectiva. “Un solo productor no completa un camión. La unidad entre productores es fundamental para acceder a mercados como Buenos Aires, Rosario o Córdoba”.
Los números acompañan el optimismo. En Misiones se produce palta variedad Hass, con rendimientos promedio de 5 toneladas por hectárea y entre 50 y 60 toneladas por campaña en la actualidad. La plantación se realiza generalmente a marcos de 7×7 metros, aunque algunos ensayan esquemas más intensivos de 8×4. Es un cultivo de secano, sin riego, con implantación de la semilla entre febrero y mayo, injerto a los seis meses y cosecha a partir del tercer o cuarto año. La variedad Hass madura entre mayo y julio, y se están incorporando otras variedades para extender el ciclo hasta agosto.
La mayor parte de la producción de Campo Grande se destina al Mercado Central de Buenos Aires, Rosario y nichos gourmet específicos, mientras que otra parte se comercializa en verdulerías de la región. La cosecha es manual, cuidando el pedúnculo para no dañar ni el fruto ni el árbol.


De cara a 2026, la mirada del INTA es claramente optimista. “La proyección de palta es muy promisoria”, afirma Acuña, y la fundamenta en datos concretos: “Por lo menos tres viveros que yo conozco están produciendo alrededor de 10.000 plantines, que se van a estar plantando a fines de 2026 o principios de 2027”. A esto se suma que “los productores que ya plantaron hace uno y dos años van a empezar a tener sus primeras frutas en el 2026”, lo que marcará el inicio de una nueva etapa productiva.

El investigador destaca además que se trata de productores “abiertos a las capacitaciones y a escuchar los consejos”, apoyados en una trayectoria institucional sólida. “En INTA tenemos experiencia en palta desde hace más de 30 años, conocemos cuáles son los problemas que te van a suceder”, señala, y remarca que el acompañamiento técnico y la capacitación continua serán determinantes para sostener el crecimiento del cultivo junto al resto de los frutales que también vienen ganando terreno en la provincia.


